Saturday, February 22, 2014

Modernidad y posmodernid



La Modernidad, implicó un proceso de cambios profundos a niveles paradigmáticos como no se había visto hasta el momento de su propia implantación y significó un proceso de ruptura a nivel epistémico; Cogitum Ergo sum, lapidaria frase de Descartes, que unida a las propuestas que en el campo de la mecánica inspiraba las reflexiones de Newton y el método inductivo señalado por Bacon, revolucionó los esquema que del conocimiento se tenía, desautorizando por consiguiente a los referentes que de manera dictatorial señalaban los mecanismos a seguir en la producción de conocimiento.
Sin embargo esta Modernidad iconoclasta ha engendrado a su vez un hijo igualmente irreverente, el pensamiento postmoderno, que siguiendo los patrones usados por la modernidad para desautorizar a la escolástica, los usa ahora para desautorizar e invalidar su progenitor, la Modernidad. Sin embargo es conveniente precisar hasta que punto Postmodernidad y Modernidad constituyen espacios antitéticos.

Una Crítica a la Modernidad Friedrich Nietzsche, uno de los pensadores más influyentes del siglo XIX, famoso por sus exhaustivas críticas a la Religión, La Cultura, y Filosofía Occidental, y sobre todo a la Moral que estas promovían; Cómo éstas subyugaban al hombre, y su desarrollo. Desarrolló una ética propia, basada en la autorrealización, y promulgó una nueva forma de vivir: El Nihilismo “Acepta la vida y la nada, y vive más allá del bien y el mal. Dios ha muerto”. Crítica a la Moral Etimología de la moral: Para desenmascarar la verdad de la moral, Nietzsche investiga sus raíces buscando así el origen de las palabras “Bueno y Malo”, y descubre así que el significado de estos conceptos cambió durante el transcurso de la historia, y que estos conceptos en un principio correspondían a “noble, dominador, de clase superior” para la palabra “bueno”, y “simple, vulgar, plebeyo, sometido” para “malo”.

El individuo, el sujeto, el actor
En una formulación rigurosa, estos términos deben ser definidos teniendo en cuenta la profunda relación que entre ellos existe (y muy probablemente, en el orden en que han sido escritos), de la manera en que lo hizo Freud al analizar la síntesis del Ego como la actuación de las instancias de censura o prohibición sobre la reserva pulsional que constituye el Ello. Para el triunfo íntegro de la modernidad —no sólo de una de sus partes— es innecesario que la razón se imponga a los instintos, por el contrario el individuo debe reconocer su sí mismo y su subjetividad. Dicho individuo debe ser esa entidad en que vida y pensamiento, experiencia y conciencia, se hacen uno; por tanto es la pervivencia de la vida en el individuo, la que convirtiéndose en esfuerzo constructivo para lograr la unidad de la persona, permite el surgimiento del sujeto. De esta forma, el control de lo vivido, su transformación en personal, el reconocimiento de su autoría, el paso del Ello al Yo... es el sujeto. Sujeto, que no actúa conforme a la situación que ocupa en el entorno social, sino que actúa transformándolo, es actor. Aquél, en frase de Bernard Shaw, que «adapta el mundo a sí» y por tanto, «de quien depende el progreso». El actor se inserta en unas relaciones sociales, pero nunca se identifica totalmente con ellas, pues le supondría una pérdida de su identidad, una disminución de su sí mismo para ser más grupo. Erich Fromm ha explicado en un precioso libro sobre El arte de amar, las dos grandes necesidades antagónicas que luchan en el interior del hombre: por un lado desea ser aceptado, pertenecer a un grupo, ser reconocido socialmente...y en el otro extremo su no menos fuerte tendencia a destacar, sobresalir, diferenciarse de dicho grupo, para no verse diluído en él.

La subjetivación
¿Se bastan la razón, el conocimiento científico y la sociedad de producción para definir la modernidad? Sí, si observamos desde el lado de la naturaleza, si se trata de nuestra representación del mundo. La respuesta, sin embargo, se torna rotundamente negativa si la observación se hace desde el punto de vista de la acción humana, donde se pone de manifiesto que esto no es sino la mitad de lo que llamamos modernidad.
Tradicionalmente el ser humano se hallaba sometido a un destino que escapaba a su voluntad, su acción solamente podía tender a acoplarse al orden establecido, entendiéndolo como un orden racional que debía conocer. La modernidad rompe con esto, pero el desencantamiento del mundo no es una obra exclusiva de la razón, sino de la ruptura entre un sujeto divino y un orden natural, esto es «la separación del orden del conocimiento objetivo y del orden del sujeto». Al avanzar lo moderno, se va abriendo una mayor separación entre el sujeto y los objetos; pero la modernidad no es solamente la percepción exacta y real del mundo y su dominio mediante la ciencia, sino que a esta racionalización hay que añadirle la subjetivación, pues «los éxitos de la acción técnica no deben hacer olvidar la creatividad del ser humano». El hombre, está en la naturaleza, y en tanto que tal es objeto de un conocimiento objetivo, pero a la vez es sujeto y subjetividad. En el pasado se identificó la formación del hombre como sujeto, con el aprendizaje del pensamiento racional y con no someterse a más dictado que el de la razón. Es este último punto el que impide la concepción global de la modernidad, haciendo reposar todo el peso de ésta sobre la razón; sin embargo no será posible una verdadera existencia de la modernidad hasta la interacción de la ciencia y la conciencia, de la razón y el sujeto. Ya Freud señaló el hecho fundamental de que la fantasía —la imaginación— guarda una verdad que es incompatible con la razón, en tanto que protege contra la misma razón, las aspiraciones de una «realización integral del ser humano» que son reprimidas por la razón. ¿Existe algo más radicalmente moderno que la plena realización del hombre?

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